Sacamos el máximo partido racional a todo lo que nos ofrece la naturaleza. El agua, uno de los elementos más importantes en nuestra producción, es utilizada y reutilizada siguiendo un ciclo por el cual se desaprovecha lo mínimo posible; recogemos el agua de todos los tejados y caminos, salvo de la quesería, todo el agua de la granja se extrae con placas solares de un pozo superficial situado en la parte alta para aprovecharnos de la gravedad y todas las aguas de desagüe acaban en una charca con plantas macrofitas que se usa después para el riego del pasto.
En nuestro cambio hacia una producción agroecológica viramos hacia la raza frisona cruzada con parda alpina. Este cruce es una vaca que se adapta mucho mejor a este entorno, a todas las épocas del año y al consumo de pastos y forrajes, lo que hacen 365 días al año. El número que ahora tenemos de vacas está en torno a 30, el justo para que sean capaces de alimentarse con las 80 hectáreas de terreno de las que disponemos. No se ponen enfermas, pues no están sobreexplotadas para producir lo que no pueden producir y por eso nunca han recibido ningún tratamiento químico, no enferman.
Es un proceso circular en el que las vacas aprovechan el alimento que da el terreno y se lo devuelve en forma de estiércol. De esta manera, nuestro proceso productivo siempre basado en las vacas, es totalmente responsable con el medio ambiente al regenerar los suelos sin insumos químicos y gracias a la propia actividad productiva principal. Con esto no solo hemos conseguido ser más conscientes con el entorno si no que hemos aumentado la cantidad de pastos, mejorar la materia orgánica del suelo y, con esto, contribuir en la captura de carbono en tasas muy altas.